LA SEÑORA NIEVES ES BUENA

Cuando yo era pequeña en mis pueblos había buenos y malos. La señora Nieves era buena.
La señora Nieves era tan tan buena que todas las niñas buenas querían ser como ella, porque era la más buena del mundo y porque tenía el pelo más largo que nadie.
Siempre llevaba un moño en lo alto del cogote, redondo como una pelota de tenis. Yo ya la conocí mayor pero mis tías decían que hubo un tiempo en que el moño era mucho más gordo y mucho menos gris, no me lo imagino.
Nadie la vio nunca con el pelo suelto pero se decía que lo tenía largo, muy muy largo. Su nieta, de nombre angelical en honor a la bondad de su abuela, nos contaba que por las noches se encerraba en el baño para deshacerse el moño y hacerse una trenza para dormir. A ella nunca se le ocurrió espiarla porque también era muy buena. Nosotras le preguntábamos insistentemente hasta dónde le llegaba la trenza, y yo me imaginaba un mar de pelo gris desparramado por las baldosas del suelo. Pelo, pelo y pelo y más pelo.
La señora Nieves era muy muy bajita. Y era buena. Era la bondad personificada, el arquetipo al que las niñas buenas debían aspirar, a sabiendas de que nunca lo alcanzarían. Solo con intentarlo ya irían al cielo o al menos eso les decían sus madres.
Cuando se murió mi abuelo la señora Nieves apareció en el tanatorio como un espectro. Yo ni siquiera sabía que seguía viva. Era mucho más bajita de lo que yo recordaba y su moño era ahora blanco y pequeño, parecía un diente de león o una bola de ceniza, como hecho de humo espeso. Si alguien lo hubiera rozado sin querer se hubiera esfumado, seguro.
La señora Nieves se sentó en una silla cerca del féretro, se estiró la falda en el regazo y desgranó uno a uno todos lo tópicos propios de la situación: que si qué bueno había sido el señor Sisi, que si no somos nadie, que si es ley de vida... luego invitó a todos los presentes a rezar con ella y entonó una oración con voz asombrosamente firme y clara. A continuación hizo un comentario sobre la buena temperatura que hacía para el tiempo que estábamos, contó un chiste sobre la muerte de Lola Flores, se levantó despacito, se despidió de los presentes y se marchó por donde había venido del brazo de su nieta angelical.
Así es la señora Nieves. Buena, muy buena.

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