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Mostrando entradas de mayo, 2015

Detrás de mi casa.

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Dice el cuento con el que siempre me presento que delante de mi casa hay un árbol. Y no es del todo mentira, no. Delante de mi casa es obra de Marianne Dubuc. Pero lo que es del todo cierto es que detrás de mi casa crece un chopo. Un chopo indómito, que cien veces fue talado y otras cien volvió a brotar. Y crece a pasos agigantados, obstinado. Ahora mismo, desde el lugar donde escribo estas palabras, veo un reflejo en la pared. Sé a ciencia cierta que son las hojas del chopo, que las cimbrea el aire y ellas, graciosas, se dejan llevar, con el movimiento elegante de las cosas que no sirven para nada. Pero si me concentro en el reflejo de la pared, me traslado al mar. Nunca viví en una casa a su orilla. Me gusta el reflejo del chopo en mi pared. Soporto las pelusas, no entra en casa arena, ni sal.

Con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes.

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Una de las maravillosas criaturas de Óscar del Amo. Hace dos años pedí soñar más y soñar más alto, estaba dispuesta a no volver a jugar si no se me lograba. Y un tío alto como un castillo me trajo las alas.  Llevo mal las resacas. Se me hacen largas, muy largas. Serán los años, o las puertas abiertas, que hacen corriente.  E instalarse durante 10 días en el cielo deja resaca, de las gordas.  Me duele el cuerpo, que cruzar la dichosa cúpula 15 veces al día es deporte; que querer estar en todas partes es, además de imposible, muy cansado. Y casi lo consigo.  Por eso hoy estoy un poco desdoblada y, como cada año, la sensación de vacío da un poco de vértigo: d esdoblada porque quiero más, más de cielo y más de todo. Y desdoblada porque me harto de artistas y quiero salir corriendo.  Se me han otorgado todos los caprichos: repetir de lo que nunca me sacio, sacarme espinitas, probar y llevarme sorpresas, elegir compañeros de juego, un público espléndido y agradecido